martes, 17 de junio de 2008

El chico y la alemana


Cada mañana me levanto a las seis, desayuno con tranquilidad y acabo vistiéndome con prisas para no perder el autobús. Siempre viajo en el mismo. Saludo al conductor y voy a sentarme delante del chico moreno.

En la siguiente parada sube ella. Es alta y rubia. Yo la imagino alemana. Mientras paga el billete, su mirada ansiosa recorre el autobús, sin detenerse hasta encontrarle. Cambia entonces de expresión. Sonríe. Sus labios dibujan unos buenos días apenas audibles para el resto pero que él escuchará alto y claro. No puedo verlo ni oírlo, pero seguro que el gesto y el saludo le son devueltos. Atraviesa el autobús y se sienta junto a él. Ríen y cuchichean todo el tiempo. Yo me coloco los auriculares, bajo el volumen y finjo escuchar música. Me sientan bien sus risas e imaginar sus conversaciones, de las que sólo oigo el ritmo de los murmullos. Llego a mi parada y mientras espero que se abran las puertas, les dirijo una mirada furtiva.

Ya no me importan las aglomeraciones ni los codazos de los extraños. Todo rebosa vida y alegría y una sonrisa me ilumina el rostro. Así llego al trabajo cada día.

Me gusta pensar que la felicidad viaja por la mañana en un autobús interurbano. Incluso creo haberla descubierto. Es una señora mayor y siempre está sentada detrás del chico y la alemana, sonriendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario