martes, 8 de julio de 2008

¿Qué te ocurre?

(relato ganador del concurso 'Vaig creure que el meu pare era Déu' del programa Nauitilus de Ràdio 4 - 25/06/2008)


A los ochos años no eres ecologista, sólo coleccionas todos los cromos de animales, minerales o plantas que caen en tus manos, todos tus libros son de naturaleza, con tus amigos juegas a depredadores y presas, peleas por conseguir ser el león o el tigre o corres más que nunca cuando te toca ser gacela, conoces todos los descampados del barrio y las lagartijas y gatos que habitan en ellos huyen al verte, los vecinos te regañan cuando alimentas a las palomas con lo que ahorras recogiendo papeles para el trapero porque tus padres no quieren darte dinero para que lo gastes en tonterías, sueñas con comprar una gran casa con un gran jardín en el que podrás tener todas las mascotas que contemplas horas y horas en la tienda del barrio que hace poco trajo unas pirañas tan pequeñitas que piensas que no podrían comerse ni el pececillo más diminuto, cuando te llevan a visitar el cortijo donde se crió tu padre corres de un lado a otro, cazas renacuajos en la acequia sin importante las sanguijuelas que nadan retorciendo sus cuerpecitos ni que tus manos se llenen de un fino lodo maloliente y tu ropa se moje y se manche, vas a ver las gallinas, los conejos, la marrana de fuerza sobrehumana que sale en estampida del minúsculo reducto donde transcurren sus horas anhelando un instante de libertad y es capaz de derribar la escalera apoyada en la pared con tus tres primos subidos en ella, no puedes dejar de contemplar a los pequeños guarrillos luchando por conseguir plaza en una de sus mamas, disfrutas trepando a todos los árboles que te permiten tus pequeños brazos, especialmente a la centenaria morera que sombrea el patio en el que transcurren las largas tardes del caluroso Agosto andaluz de tu abuela, subes a la vieja pared del corral a ver las ovejas que tanto te gustan y cuando accidentalmente desprendes una piedra que cae sobre de una de ellas, que acostada recibe el impacto sobre su panza, no soportas quedarte a mirar las consecuencias, huyes a refugiarte otra vez en la vieja morera y durante varias horas no puedes articular palabra ni dejar de ver la imagen de la oveja aplastada, bajas del árbol al llamarte tu padre y obediente te montas en el coche, silencioso, sin pronunciar palabra durante todo el trayecto de vuelta.

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miércoles, 2 de julio de 2008

La fiesta rave

Aquella noche, aunque el ruido de la música no la dejaba dormir, la señora Carmeta no llamó a la Guardia Urbana. Se puso su mejor vestido, se maquilló lo mejor que le permitió su incipiente parkinson, cogió su bastón y bajó a la calle. El señor Pepet la vio dirigirse a la fiesta y un sentimiento de añoranza le embargó.

–Carmeta, esta noche estás guapísima. ¿Bailamos?
–Yo no sé bailar esta música.
–Es igual, nadie se fijará en nosotros. Bailemos como si fuera un bolero.

Conforme veían a los viejos bailando, los jóvenes ocupas fueron abandonando la ‘rave’ al tiempo que pensaban que aquello se estaba llenando de carcas.