Aquella noche, aunque el ruido de la música no la dejaba dormir, la señora Carmeta no llamó a la Guardia Urbana. Se puso su mejor vestido, se maquilló lo mejor que le permitió su incipiente parkinson, cogió su bastón y bajó a la calle. El señor Pepet la vio dirigirse a la fiesta y un sentimiento de añoranza le embargó.
–Carmeta, esta noche estás guapísima. ¿Bailamos?
–Yo no sé bailar esta música.
–Es igual, nadie se fijará en nosotros. Bailemos como si fuera un bolero.
Conforme veían a los viejos bailando, los jóvenes ocupas fueron abandonando la ‘rave’ al tiempo que pensaban que aquello se estaba llenando de carcas.
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